martes, 7 de octubre de 2008

POPAYAN EN LA ANTIGUEDAD



En efecto, pocas son las ciudades con una tradición equiparable a la de Popayán. Baste decir que sin ella no se puede concebir la historia de Colombia. Sus primeros habitantes fueron distinguidos miembros de nobles familias españolas, cuya descendencia aún hoy se reconoce y se respeta. Hacia el siglo 16 se convirtió en la más extensa gobernación de la nación. Fue entonces obligado paso de mercaderes que comerciaban entre Quito y Cartagena. Más tarde sus valles vecinos fueron escenario de importantes batallas de la Independencia, y más de una de sus casonas dio cobijo al libertador Bolívar.
Aquella época de campanarios sonoros, calles empedradas, caballerías y faroles de vela de sebo, aún deja oír su eco. En el casco histórico, ya no son 16 calles sino 30 manzanas, pero continúan tan rectas y anchas como cuando las trazaron. Las fachadas siguen la tradición blanquecina, fruto de aquella epidemia que se combatió no con química sino con la ilusión de la desinfección del color blanco. En las vastas casas todavía se distinguen las antiguas pesebreras y las habitaciones de techos altísimos donde apenas podían asomarse los esclavos negros.
Pese a los múltiples terremotos, perduran algunos de los viejos muros de boñiga de donde penden hoy los escudos de familia, símbolo del linaje de los antepasados. En los solares al fondo de las casonas, allí donde los "bimbos" o pavos engordaban, crecen árboles frutales. Y en las ventanas continúan los poyos, ya sin "ñapangas" o mujeres que sentadas en ellos maten su curiosidad y su ocio a la espera de algún transeúnte.
La edad dorada de Popayán aún está presente. La riqueza hecha a lomo de indio y a brazadas de esclavo negro se encuentra en el decorado y en las joyas de las iglesias, aunque algunas de ellas fueron vendidas durante la Independencia para financiar la campaña de Antonio Nariño al sur del país. Entre los trabajos de orfebrería más destacables se encuentra el púlpito de talla y oro de la Iglesia de San Francisco y las maderas en pan de oro del Templo del Carmen.
El Palacio Nacional, el Panteón y la Catedral de la Asunción son algunos de los múltiples monumentos históricos de esta ciudad señorial, pero la Torre del Reloj es sin lugar a dudas el testigo por excelencia de Popayán. Con tres centurias a cuestas, ha visto nacer y morir una generación tras otra. Pese a que en el terremoto de 1736 perdió uno de sus tres cuerpos, y que las piezas de plomo de su reloj fueron convertidas en balas para los patriotas, la Torre del Reloj es el símbolo más querido de los payaneses.
Pero lo que simboliza a Popayán para los que no son "patojos" es la Semana Santa. La celebración de las pascuas tiene una importancia tal que se dice que cuando Bolívar llegó allí por primera vez, la ciudad se propuso darle la bienvenida con la celebración de la Semana Santa aun que no coincidiera en el tiempo.
La fastuosidad de este evento le ha valido la admiración mundial. Los payaneses se preparan con varias semanas de anticipación: pintan todas las fachadas de las casas, los párrocos retocan los "pasos", los cargueros reparan sus trajes, las iglesias son engalanadas y los feligreses alquilan balcones para mirar de cerca el desfile de las procesiones. La tradición de la Semana Santa data de 1558, época en que Popayán fue erigida Diócesis y residencia del obispo mediante bula papal.
Esta tradición religiosa es quizás la responsable de la gran infraestructura hotelera de Popayán. Allí se encuentran algunos de los más antiguos hoteles del país, en donde se puede sentir el ambiente aristócrata del pasado. Este ensueño parece real cuando se recorre la ciudad de noche. La tenue luz de los faroles dibuja apenas los portalones de piedra, y en medio del silencio se puede llegar a escuchar .el galope de un toro que, según cuentan, salió huyendo después de que fuera utilizado por la noble dama doña Dionisia de Mosquera y su amante don Pedro Lemus, para disfrazar el asesinato de Pedro Crespo, el esposo engañado. Una leyenda más de esta ciudad histórica por excelencia y a
cogedora por vocación.











El auge minero y comercial, así como la posterior llegada de familias españolas de linaje hicieron de Popayán una ciudad muy importante en el Virreinato de la Nueva Granada. En la ciudad residían los dueños de las minas de oro de Barbacoas y el Chocó, quienes con sus riquezas crearon haciendas, construyeron grandes casonas y dotaron a la ciudad de enormes templos e imágenes traídas de España. Conviene subrayar que la economía minera en la Nueva Granada se dio por ciclos. Tuvo un primer escenario en los distritos mineros antioqueños que entró en crisis de 1620-1630 con una recesión que se profundizó hasta 1680. Es aquí donde cobra importancia el escenario de la Gobernación de Popayán, que desde ese momento se convierte en el lugar en el que se amplía el fenómeno minero, con una importancia excepcional en el curso del siglo XVIII, y aún en gran parte del siglo XIX. El auge minero en Popayán creó una nueva dinámica a través del comercio de esclavos al punto que podría hablarse de la sociedad esclavista de Popayán, la cual tuvo un gran significado para la época.
Popayán compitió con ciudades como Cartagena, Santafé de Bogotá y Tunja en el número de nobles titulados domiciliados en ellas. Fue, así mismo, la única ciudad junto con la capital, Santafé, en servir de sede a una Casa de Moneda erigida por la Corona española en todo el territorio de la Nueva Granada. Con lo anterior se explica en buena parte el esplendor que esta ciudad vivió durante la época colonial y los primeros asomos de República, añadido al orgullo genealógico de las familias fundadoras, que basaron la conservación de sus riquezas en una estructura endogámica muy propia de las élites en diferentes culturas y sociedades.

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